Publicado en La Jornada
11 de enero de 2023
Por Raúl Romero Gallardo
El 12 de octubre de 1996 en el Zócalo capitalino, frente a miles de personas, una mujer pequeña de corazón gigante, de ojos brillantes y mirada sincera, vestida con huipil tsotsil blanco con bordados rojos, y cubriendo su rostro con pasamontañas, tomó el micrófono y pronunció un importante mensaje: “Yo soy la comandante Ramona, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Soy el primero de muchos pasos de los zapatistas al Distrito Federal y a todos los lugares de México. Esperamos que todos ustedes caminen junto a nosotros”.
Era la primera vez que un integrante del Comité Clandestino Revolucionario Indígena del EZLN llegaba hasta la ciudad, lo que significaba no sólo romper el cerco militar, sino también reforzar el diálogo y encuentro con muchos otros pueblos originarios y sectores sociales de México: Llegamos hasta aquí para gritar, junto con todos, los ya no, que nunca más un México sin nosotros, dijo Ramona. Y continúo: Eso queremos, un México donde todos tengamos un lugar digno. Por eso estamos dispuestos a participar en un gran diálogo nacional con todos. Un diálogo donde nuestra palabra sea una palabra más en muchas palabras y nuestro corazón sea un corazón más dentro de muchos corazones.
En la clandestinidad, la comandanta Ramona había desempeñado un papel clave dentro del zapatismo. Participó en una revuelta de dentro de la revuelta, o lo que el difunto sub Marcos llamó el primer alzamiento del EZLN. Junto a la comandanta Susana y a otras mujeres, antes del 1º de enero de 1994, Ramona impulsó la ley revolucionara de mujeres, documento que entre otros puntos estableció que las mujeres, sin importar su raza, credo, color o filiación política, tienen derecho a participar en la lucha revolucionaria en el lugar y grado que su voluntad y capacidad determinen.
Ramona se convirtió en la figura más visible de varias generaciones de mujeres mayas zapatistas que pasaron de vivir del sometimiento de las estructuras colonialistas, patriarcales y capitalistas, a estar al frente de una organización insurgente político-militar. Recordemos, por ejemplo, que en pleno 1993 finqueros de Chiapas ejercían el derecho de pernada en las familias de sus peones, o sea que practicaban su derecho a violar a las mujeres que contraían matrimonio con uno de sus peones. En 2013, a propósito de la escuelita zapatista –iniciativa en la que las comunidades zapatistas mostraron a miles de personas de todo el mundo sus logros desde la cotidianidad–, distintas mujeres bases de apoyo contaron cómo es que se llevaba a la práctica la ley revolucionara de mujeres. El ejercicio fue fantástico, y además derivó en una propuesta de ampliación de la ley con 33 nuevos artículos.
En mayo de 2015, 20 años después de la guerra contra el olvido, al menos seis generaciones de mujeres zapatistas, compartieron su palabra de cómo cambió la situación de las mujeres en ese tiempo. Los testimonios, compilados en la sección La lucha como mujeres zapatistas que somos del libro El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista I, son documentos excepcionales de autoevaluación colectiva y transgeneracional. Ahí, la base de apoyo zapatista Lizbeth dijo: Nosotras como [...] jóvenes zapatistas de ahora, ya no conocimos cómo es un capataz, cómo es un terrateniente o patrón [...]. Nosotras ya tenemos la libertad y el derecho como mujeres de opinar, discutir, analizar, no como antes. En el mismo sentido, en abril de 2018, al menos seis generaciones de mujeres zapatistas contarían los avances y los retos de las mujeres zapatistas.
La comandanta Ramona fallecería el 6 de enero de 2006, pero sus pasos siguen resonando en la Chiapas zapatista, en México y en todo el mundo. En 2019, en el Semillero “Huellas del Caminar de la comandanta Ramona”, se celebraría el segundo Encuentro Internacional de Mujeres que luchan con la presencia de miles de mujeres de diferentes países, y en 2021, se instalaría ahí el Centro de Adiestramiento Marítimo-Terrestre Zapatista, lugar en que permanecieron los casi 200 zapatistas que luego viajarían por barco y por avión hasta la Europa insumisa.
La comandanta Ramona fue el primero de muchos pasos de los zapatistas al Distrito Federal, y fue también la primera parte de un largo camino por andar: uno que les ha llevado a recorrer otras partes del mundo, y que también les ha invitado a repensar las múltiples dominaciones en las relaciones de explotación. A 29 años de la guerra contra el olvido, el zapatismo sigue siendo un sueño que abarca muchos mundos, y la comandanta Ramona se convirtió en una estrella que guía su navegar.
* Sociólogo Twitter: @RaulRomero_mx