Publicado en Etcétera
21 de abril de 2023
Por Juan Villoro
Pablo González Casanova ha muerto a los 101 años. Cuando cumplió 99 le dediqué una columna para celebrar a un heterodoxo en un aniversario que no fuera redondo.
Hombre impar, el ex rector de la UNAM y comandante zapatista Pablo Contreras dejó que pasara el canónico número 100 para despedirse como quien inicia una nueva cuenta.
Nació en 1922, año en que su padre, el lingüista Pablo González Casanova, colaboró con Manuel Gamio en el monumental estudio interdisciplinario La población del Valle de Teotihuacan. El afán paterno de preservar culturas en peligro de extinción encontraría eco duradero en su hijo.
En su libro más leído, La democracia en México, González Casanova abordó un tema candente en forma equilibrada. La actual polarización del país obliga a recuperar el talante ponderado que él mostraba en 1965, arriesgándose a ser visto como alguien demasiado escéptico o demasiado optimista. Según señala en la página inicial de ese ensayo, no buscó un vacuo “justo medio”, sino entender la realidad sin dogmatismos. Ese ánimo abierto le permitió escribir un clásico cuyos principales diagnósticos siguen vigentes (la dependencia de Estados Unidos, la militarización del país, el abandono de las comunidades originarias, la democracia como aspiración y no como logro).
En 1953 había comenzado su andadura con un estudio de un mexicano del siglo XIX: Juan Nepomuceno Adorno, autor de La armonía del universo e inventor de una diligencia blindada, un sistema de notación musical, un cronómetro astronómico y una máquina para hacer puros. De manera lógica, el futuro Comandante Contreras (así llamado por su talento para la discrepancia) se ocupó de un diseñador de utopías. Imaginar otra realidad le parecía el fundamento para transformar esta realidad.
A diferencia de quienes evitan someter sus ideas al incómodo tribunal de la realidad, González Casanova se dedicó a la doble tarea de descifrar y modificar su entorno. En 1954, apoyó al gobierno legítimo del presidente Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1959 a la Revolución cubana, en 1971 a la Unidad Popular en Chile.
Se puede disentir de sus análisis de coyuntura, pero resulta difícil refutar sus ideales. En 2005, coincidimos en Cuba y me habló de los médicos que devolvían la vista a invidentes: “Cuando el paciente recupera la vista, lo colocan frente a unos árboles enormes para que lo primero que vea sea hermoso. Eso es la Revolución: no basta poder ver, hay que ver algo que valga la pena”. Esta frase resume sus convicciones.
Muchas veces se apartó de su escritorio para luchar desde las oficinas universitarias. Dirigió la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y el Instituto de Investigaciones Sociales. Desde la rectoría, impulsó la creación del CCH y fue pionero en los estudios interdisciplinarios. Estas gestiones transformadoras bastarían para garantizarle un lugar en la vida intelectual de México.
Después del levantamiento zapatista, se incorporó a la Comisión Nacional de Intermediación y supo entender el papel que el obispo Samuel Ruiz jugaría en los procesos de paz. De acuerdo con la cuidadosa historiografía de Jorge Alonso, el 12 de enero de 1994 el obispo y el ex rector se reunieron en Ocosingo con el enviado de Carlos Salinas de Gortari. Esas gestiones fueron decisivas para llegar al cese al fuego.
En agosto de 1994, González Casanova asistió con entusiasmo a la selva tojolabal para el primer encuentro de la sociedad civil con los zapatistas, y no dejó de respaldar las causas de los pueblos originarios.
El 11 de febrero de 2018 decidió celebrar sus 96 años apoyando la candidatura de la indígena María de Jesús Patricio Martínez en las elecciones presidenciales de ese año. Fue convocado a Bellas Artes y llegó con una ponencia escrita, pensando que hablaría en la Sala Ponce. Ya ahí, descubrió que el acto se celebraría en un templete en la explanada. Yo estaba a su lado y me dijo: “No puedo leer mi texto, esto es un mitin, no una conferencia”. Comenté que nadie tomaría a mal que leyera unas cuartillas, y menos en su cumpleaños. Cuando llegó su turno, tomó el micrófono e improvisó una arenga impecable para cumplir 96 años en perfecta rebeldía.
Pablo González Casanova compartía con Edgar Morin edad y profesión. Una frase del sociólogo francés define su ejemplar temperamento: “Comprender no impide juzgar, juzgar no impide comprender”.
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