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El cine imposible. EZLN: Caracol de Nuestra Vida

Publicado en Camino al Andar

28 de septiembre de 2021

Por Gabriela Jauregui


Memorias de Oventik


EXT. Bajada pavimentada a un pueblo en las montañas del sureste mexicano – Anochecer


Es la hora en que todos los gatos son pardos, la hora entre el perro y el lobo, o más bien esa hora en la que los gatos son también perros y los perros son también gatos. Cercados por árboles y casas de madera, bajamos por un camino pavimentado hacia ¿dónde? Hacia el corazón. Estamos en un caracol que se llama Oventik. Allí, afuera de una construcción de madera y lamina, hay una fila de miles de personas… pero no las vemos. Conforme nos vamos acercando, notamos que hay diez, veinte, cientos. No alcanzamos a vislumbrar a las miles de un jalón. De a poco entre la niebla se van dibujando sus siluetas, hombres y mujeres y niñxs, algunos encapuchados y otras con paliacates rojos. La fila se pierde entre la neblina. ¿Cuántas personas serán?


INT. Auditorio/Cinema Comandanta Ramona del Caracol de nuestra vida- Momentos después


Por en medio de un arcoíris pintado entramos en esa tremenda aula de madera y lámina. Volteamos a la derecha y vemos una gran pantalla al frente de la sala. Y ocupando todo el espacio hay bancas de madera y sillas de plástico, que de apoco se van llenando y no dejan de llenarse. Acá dentro sí podemos ver a las miles de personas. Algunas traen bolsitas con palomitas. Recordamos haber creído estar alucinando cuando en la bajada habíamos visto un par de máquinas de maíz palomero, como entre sueños, allí rojas paraditas como vigías. Las comen debajo del paliacate o con todo y pasamontañas. Vemos los detalles de sus vestidos, unos bordados deslumbrantes, unos suéteres de lana para el frío; en los pies: botas militares pero también huaraches y chanclas de plástico. Algunas de estas personas no tienen el rostro cubierto, visten con jeans, algunas bufandas o rebozos, algunas personas son conocidas, otras re-conocidas. No importa, nos sentamos todas igual. Juntas, lado a lado, para esa comunión singular que sólo se da con la luz apagada en un cine. Nos lo advirtieron ya: este es el “público más desconcertante que pueda usted imaginar”. Imagínense pues.


Fade a negros.


***

Es un fin de semana de muertos, y ojo, porque en las montañas del sureste mexicano, “los muertos se empeñan en vivir” dice el sup Galeano. Entonces está muy poblado este caracol: de presencia, también de quienes vinieron antes y se fueron. Podemos ver caminando a Toshiro Mifune hombro a hombro con el Miliciano Jeremías y el Comandante Ik, caídos en el ‘94. Nos encontramos a directores famosos, actrices galardonadas caminando de la mano de niñas y niños zapatistas. A compas tercios discutiendo sobre cómo sumergir cámaras bajo el agua con documentalistas yaquis y chilangas. A madres zapatistas amamantando bebés junto con madres urbanas amamantando bebés, a niñxs de acá y de allá haciendo circo, riendo en películas animadas. Y al Comandante Moisés multiplicando su habilidad de estar en todas partes: mirando películas, repartiendo reconocimientos, escuchando a lxs compas tercios en sus intercambios, dando una lección a unos jóvenes zapatistas en formación, tal vez hasta echándose un taco. El camino pavimentado baja a un descampado y al fondo hay una ofrenda muy grande. Naranjas. Flores. Miles de veladoras. Más flores. Vuelve a caer la niebla.


Pero esa no es la única ofrenda. Acá se hacen ofrendas, y regalos a cada rato. Este festival es una ofrenda gigante. Para empezar, en una semana este espacio, alguna vez pueblo, ahora caracol (y no exagero ni hago metáforas de realismo mágico), se vuelve un espacio mutable: un espacio donde cientos de personas han puesto en práctica un ejercicio de lo más cinemático que lo transforma todo, un ejercicio de generosidad radical.


Estamos, pues, en un espacio otro: no solamente porque cualquier caracol zapatista es un espacio otro en relación al mundo, sino también porque el caracol es un espacio que se ha alterado (y pienso en alterar como un gesto hospitalario a la alteridad): los salones de escuela se vuelven dormitorios para lxs visitantes de fuera (muy cómodo todo por cierto, gracias compas), las canchas de basket se vuelven aulas al aire libre, un potrero que ya se había convertido en cancha de futbol ahora se vuelve espacio de proyección al aire libre llamado Pie cinema Maya donde esos espectadores que nos advirtieron en la invitación “No se sabe si sonríen, se apenan, se enojan, celebran” también mutan porque sí que ríen, a carcajadas, cada vez que hay besos o alguien se encuera, comentan cuchicheando en lenguas varias las escenas, y se alegran, se apenan, lloran y se enojan según toca, y nos miramos con complicidad—este es un espacio donde las conversaciones se intercambian en esperanza.


También se ofrendó acá comida: lxs compas trajeron conejos, mazorcas, tortillas, frijoles, guisados, tamales, atoles, café para todxs. ¿Se imaginan albergar y darle de comer a miles de personas tres veces al día durante una semana? Luego también, imagínense, que a cada participante se nos regaló una muestra de respeto: una claqueta de cine y una piedra tallada con una estrella y un caracol como cinta de cine al centro, cada una con nuestro nombre. A algunas, como a Liboria Rodríguez, en quien se basa Cuarón para la protagonista de la película Roma, se le mandó hacer incluso una escultura con un caracol que entregó a Yalitza Aparicio una mujer zapatista que alguna vez, como Libo, fue trabajadora del hogar. ¿Se imaginan lo que todo esto requiere?, y no, no me refiero a dinero. “¿No es el cine un ejercicio complejo de la imaginación?” Nos preguntaron en la invitación. Y yo sumo a la pregunta, ¿Y no fue este festival de Puy Ta Cuxcajetlik una puesta en práctica de ese ejercicio complejo de la imaginación (¡y la organización!)?


El espacio cambia, lo cambiaron, y a nosotrxs también. ¿Y ustedes? ¿Cambiaron con este ejercicio, compas? En su invitación, nos escriben: “usted y nosotras, nosotros, zapatistas, nos merecemos este intercambio de miradas”. Ya lo creo. Es un intercambio que nos cambia. Al menos a mi. Y me faltan las palabras para agradecerles. Este texto en realidad es un pretexto para contarles una memoria. El texto en sí es el agradecimiento y mis respetos (y su contexto: yo frente al teclado, mujer aficionada y obsesa del cine, sí, escritora, editora, traductora, guionista, afortunadamente invitada a participar al encuentro con Tercios Compas y para disfrutar cine juntxs).


Quedan muchas historias por contar. Nos miramos el año que entra.


Texto incluido en El cine imposible. EZLN: Caracol de Nuestra Vida. 2018.


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