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El común y la vida

Publicado en Camino al Andar

17 de enero de 2024

Por Márgara Millán

Fotos: Andrea Cegna


Sylvia Marcos me contó que su compañero de vida Jean Robert decía que los y las zapatistas eran una mutación. Sin duda la convocatoria que hoy nos hacen a todxs aquellxs que pensamos y sentimos que estamos viviendo una época de crisis civilizatoria, que desde hace rato el sistema capitalista, patriarcal y colonial está exacerbando sus dispositivos de violencia en todas las escalas, a quienes vemos y sentimos que Gaza es el retrato de un sistema que en su decadencia destruirá todo antes de cambiar, nos hace sentido la idea de la mutación que puede avizorarse en el zapatismo y sin duda en otros laboratorios sociales donde de lo que se trata es de construir un mundo que no esté dominado por la violencia y el poder del dinero.


Así, podemos pensar que efectivamente, un proyecto de humanidad desinteresado del poder y tendiente a la construcción de relaciones sociales que trasciendan al capital, que cuestionen el patriarcado y que se finquen en sentidos anticoloniales necesita de una mutación del ser humano. Una mutación que ponga en el centro el cuidado y la protección de la madre naturaleza, y se haga cargo de las miserias y mezquindades humanas sin que éstas se aniden en un sistema dominante que parcializa lo que nos es común.


Con su valentía y disposición habituales a la transformación radical, el mundo zapatista ha pasado de la sobrevivencia (“en el 94”, nos dice El capitán Marcos, “nuestra disyuntiva era entre la muerte y la muerte”) hoy, 31 años después, la riqueza social del zapatismo ha cambiado esa disyuntiva. Esta se presenta ahora entre la repetición de lo mismo o una vida otra. Y como hombres y mujeres del campo, la tierra y lo que el Estado propicia con ella, resulta ser la metáfora clave de la vida o la muerte por repetición de lo mismo.



No es casual que la figura de “pedacear” la tierra resuene con el desmembramiento del cuerpo social. Desmembrar un común, al igual que desmembrar un cuerpo, es el horizonte de la propiedad privada y de su espejo, la acción sicaria.


El principio fundador de la vida, nos dice el subcomandante Moisés, tiene que ver con regresar al común de lxs ancestrxs. Esa memoria ha sido olvidada hoy por el designio individualista del progreso, de la movilidad social, del pensar, aun sabiendo que es irreal, que el destino de la humanidad es ser todos finqueros. Irreal, no sólo por ser imposible, sino también porque es indeseable, porque en esa aspiración domina la ilusión de la modernidad que asemeja vivir bien a tener mucho, ilusión que pasa por nuestra propia enajenación, que es el fundamento de que en esta vida el mediador dinero se convierta en un fin.


El zapatismo inició su camino demandando una reforma al estado nación: “nunca más un México sin nosotros. Parecían aún confiar en la posibilidad de construir un estado plurinacional auténtico; trascender la instrumentalización y folklorización de “lo indígena” para fincar una nación de muchas naciones. Cuando ninguna fuerza política institucional caminó por esa vereda, el zapatismo entendió los límites de esa izquierda, de esa política y del estado. Se puso entonces a construir su mundo: la autonomía en todos los rubros de la sociedad. La travesía de los caracoles, figura arquetípica del mundo anterior a la conquista, metáfora del lento pero continuo caminar, se acompañó de una forma de autogobierno, las Juntas de Buen Gobierno. Sin embargo, por más rotativas y paritarias que eran, terminaron construyendo, nos dicen, una nueva pirámide, es decir, una nueva jerarquía que obstruía la participación de todas y todos en las discusiones y decisiones. Se restringía a unos cuantos las discusiones y toma de decisiones. Había que tirar esa pirámide; ponerla al revés. Desandar lo andado y pensar otras formas, donde ese caracol obligue a todas y todos a tener un congreso de todxs, con el humor del subMoi: que todxs seamos diputadxs!!.


Prueba y error ha sido la metodología del zapatismo. Es así como la revisión de la forma organizativa les ha llevado a practicar asambleas locales, regionales y asamblea de asambleas, y donde, al estilo de allá, no se vota, sino que se consensa, y donde quienes difieren son tomados en cuenta, pensadas y debatidas sus razones, porque cabe la posibilidad, siempre, de mejora en el pensar y el hacer colectivo. Esa nueva forma organizativa ya está siendo practicada desde hace un año; y va acompañada de algo central, lo que el zapatismo ha denominado el común.


El común se extiende a todas las esferas de la riqueza social que el mundo zapatista ha creado: la educación, la salud, la justicia. Pero sobre todo, si la tierra es el sustento de la vida, ese sustento es el principal común. Hay tierra que no es de nadie para garantizar que seguirá siendo sustento de la vida común.


En las anécdotas pedagógicas que el zapatismo nos relata, nuevamente el subMoi cuenta de cómo en un territorio del "otro lado del charco”, más concretamente en Chipre, cuando la Travesía por la Vida, había un lugar que era “tierra de nadie”. Y sólo ahí podían reunirse sin conflicto los grecochipriotas, turcochipriotas, chipriotas y demás. Podemos imaginar que esa tierra de nadie ha sido olvidada por los estados y sus fronteras, que llevan consigo sus documentos que hagan que las personas sean si, personas, pero diferentes entre sí. Pero ahí, no había estado, no había documentos, las identidades pasaban a un segundo plano, se podía convivir.


Entonces el zapatismo nos dice, y sobre todo les dice a todos y todas sus vecinos y vecinas: la tierra recuperada zapatista, esa que fue resultado de la insurgencia, va a ser una tierra de nadie. Sin papeles y sin propiedad. Es una tierra para el trabajo, sin importar si se es zapatista o no. Con un reglamento que la regule, estará ahí para todxs los que entiendan que es un común.


Ese debate sobre la tierra y sus distintas formas de tenencia ha llevado a los zapatistas a reconocer que incluso el agrarismo del Tata Cárdenas que les repartió tierras al mismo tiempo que fue una posición avanzada y progresista, un dique a la privatización de la tierra, había sin embargo traído un mal: el mal de los derecheros, de los que tienen derecho a la tierra por ser hombres y padres de familia; lo cual también les da derecho a dejarla en herencia, es decir, a empezar a repartirla. El sistema de tenencia de la tierra ejidal y comunal, mostraba sus limitaciones: las familias crecen pero la tierra no, la tierra es una. Si la empezamos a pedacear, vamos a terminar matándonos por un pedazo de propiedad, por un papel.


Pedacear la tierra: imagen contundente de lo que hoy son nuestras sociedades, pedazos, retazos, fragmentos de la vida en común. Eso ya lo decía el subcomandante Moisés en la celebración de los 30 años del zapatismo, en Dolores Hidalgo, en diciembre del 2023. Pero qué tal si esa tierra, en lugar de pedacearla, la conservamos como lo que es: un bien común. Erradicamos el principio de propiedad, así sea ejidal o comunal. La vemos como tierra de nadie, que está ahí para ser usufructuada, cultivada para las necesidades de todxs quienes la trabajen. La tierra entonces se potencializa, se convierte en un todo a ser cultivado y cuidado, y no a ser despedazado y privatizado; menos aún a ser separado de su vocación agrícola apegada a las necesidades del autoconsumo, de la sustentabilidad de la vida.


Los zapatistas han decidido poner en común, no sólo con los zapatistas sino con todos los hermanos y hermanas que comprendan lo que es el común, las tierras recuperadas por ellos en el alzamiento del 94. ¿Para qué pelear con nuestrxs hermanxs que están igual o más jodidos que nosotres? es el razonamiento. No importa si es partidista, o de cualquier religión, si entiende lo que es el común, bienvenido. No hay reclamos, ni interdicciones, salvo para quienes han preferido vender sus tierras. Quien ha vendido a la madre tierra, ha elegido otro camino.


La tenencia de la tierra es además la forma en que el estado regula la propiedad de la misma. El estado es el mediador, el dador, y también el despojador de esos derechos sobre la tierra. Y desde el año 92 hasta ahora, la política del estado ha sido quitar el dique de la propiedad social, liberalizar la tierra, es decir, permitir su despedazamiento. Y con las políticas actuales, el estado no contribuye a reconstruir y respetar el común, sino al contrario. Para el zapatismo el programa sembrando vida es en realidad sembrando muerte. Reforestar descomunalizando la tierra, haciendo de cada miembro de la comunidad un “propietario”, sujeto de derecho para “rentar”, o “cultivar” lo que el programa dicta.


Fueron muchos los ejemplos presentados en las sesiones de evaluación del CIDECI donde se mostraron los efectos perversos del apoyo individualizado a comuneros o ejidatarios, sin reconocimiento de la asamblea. Y también los ejemplos de la venta de la tierra, y de la extorsión sicaria.


Qué tal si ese “común” que empieza por la tierra, transita hacia muchas otras esferas: educarnos, sanarnos, respetarnos, y quizá, despatriarcalizarnos. Los tres sistemas de opresión que nos dominan parten de la propiedad privada.


Vivos, vivas están lxs zapatistas, su pregunta es ¿qué hacer con esa vida? ¿Repetir lo mismo o sembrar lo otro? Eso “otro” inicia con el común. Al reconstruir el común nos responsabilizamos del mundo, aprendemos a amarlo y cuidarlo, como si pensáramos que ese mundo necesita ser cuidado para poder dentro de 127 años, albergar a mujeres libres y sin miedo.


La seguridad de que hay otra opción que la del capital es la que anima esta mutación de la humanidad que “frente a la encrucijada de la historia, optar por la declaración por la vida”. Y ese ánimo es multivocal, y plurilingüe, con gran presencia de mujeres en la comandancia política.


El subcomandante Moisés lo enuncia así:


“La madre tierra es la fuente de la vida. El dinero no da la vida. La tierra es la fuente de la vida de las futuras generaciones que vendrán, por lo tanto debemos hacernos responsables de cuidarla… Los invitamos a organizarse para la nueva sociedad. Los pueblos explotados sabemos cómo queremos una nueva vida. Para ello se requiere organización”.


Frente a esta interpelación, teórica y práctica, ¿sabemos nosotras, nosotros, nosotroas, organizarnos, imaginar, actuar y practicar esa otra vida, sin capitalismo, sabemos construir el común? ¿podremos cambiar de perspectiva; mutar?


¿Y si no es ahora, cuando?


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