Publicado en La Jornada / 5 de marzo de 2021
Deslegitimar, desacreditar, adjetivar, denostar son algunos de los verbos más conjugados por académicos que asumen la tarea de cuestionar a sujetos colectivos que luchan contra la recolonización de sus territorios que el actual gobierno se empeña en continuar con megaproyectos como los del mal llamado Tren Maya, el Integral Morelos, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec y la amenaza de la explotación minera en el ámbito nacional.
Sin tomar en cuenta las numerosas víctimas durante el gobierno de la Cuarta Transformación, originadas por las múltiples violencias estructurales, y las que cobran la vida de defensores de la Madre Tierra, se etiqueta al movimiento político que denuncia estas violencias y resiste esta recolonización, irresponsablemente, como victimología indianista, poniendo en duda su representatividad entre los pueblos y atribuyéndole ser portavoz de una indianidad idealizada e imaginada.
Se calumnia, igualmente, a la academia de izquierda radical, que cuenta, supuestamente, con el apoyo de periódicos extranjeros conservadores, y contra la que se descarga un visible resentimiento, con reflexiones que dejan ver enteramente a quien escribe: “Tufo moridor de los últimos etnomarxistas de los tiempos post-Covid, […] idiotez discursiva, que a veces bordeaba los ladridos […] empotrados en una antropología de la disuasión y del poder, no pueden ver más allá de las simples orillas […] esquemas simples de la ‘lucha revolucionaria’ de los años 70 del siglo pasado […], utopistas urbanos que hablan español o inglés, que son mestizos o blancos, que tienen su auto, que se transportan en avión y fraguan sus disquisiciones exquisitas encerrados en un cubículo aséptico” (Gilberto Aviléz Tax, Noticaribe Peninsular, 7/7/20).
Ante tal rigor teórico, contundencia analítica y elegancia argumentativa, poco o nada quedaría por discutir, si no fuera porque estas andanadas mediáticas de desprestigio repercuten en la correlación de fuerzas locales y regionales que pueden dejar en la indefensión de todo tipo a colectivos y personas que, a contracorriente y en condiciones de alto riesgo, se oponen no sólo a los megaproyectos, sino, también, a los procesos de militarización, paramilitarismo y criminalización que acompañan y respaldan la imposición de las corporaciones capitalistas, en la actual forma de acumulación necropolítica por desposesión.
Samir Flores Soberanes, comunicador comunitario y opositor al Proyecto Integral Morelos (PIM), asesinado a la puerta de su casa, en Amilcingo, Morelos, el 24 de febrero del año 2018, a 10 días de una visita presidencial al estado, en la que AMLO anunció la ruptura de su compromiso de campaña con respecto al PIM y la termoeléctrica de Huexca, se constituye en caso característico de la violencia criminal al servicio de los megaproyectos. Lamentablemente, no es el único caso.
Quienes secundan esta ingeniería de conflictos exaltan la denominada, hace unas décadas, antropología aplicada que, en la tradición mexicana, acompañó las necesarias tareas de convencimiento de las poblaciones indígenas acerca del progreso que traería la integración nacional. No es una casualidad que su referente teórico sea Alfonso Villa Rojas, con quien en 1969 se sostuvo un debate, ese sí, respetuoso, en el Seminario de Estudios Antropológicos, en el que el Grupo de los Viernes, conformado por estudiantes de los años avanzados de la ENAH, le dirigió estas palabras: “Nosotros nos contamos entre los antropólogos de la ‘nueva ola’ (como usted los califica), que afirman que el antropólogo debe estar comprometido. Y estamos enteramente de acuerdo con la posición que usted cita, desaprobando, del peruano Stefano Varese, en el sentido de que la responsabilidad del antropólogo se define en relación con la condición de la sociedad en que vive y actúa. El etnólogo tiene que intervenir criticando los falsos valores sociales y culturales, supuestamente nacionales y presentados e impuestos como válidos para todos, cuando en realidad son sólo instrumentos de poder y dominación. Su tarea debe ser la de descubrir la oposición entre los intereses particulares de una minoría cuantitativa que se ha instituido en grupo de dominio y los intereses del resto de la sociedad nacional. Y cuando este resto está constituido por sociedades y culturas que no comparte las mismas premisas históricas, la tarea antropológica no puede limitarse exclusivamente a la denuncia ex cátedra, sino que debe abordar también el campo de la acción [...]. Al encontrar nuevas posibilidades para la acción política, que ayuden a abolir la estructura clasista de la sociedad, el antropólogo revela nuevas posibilidades de desarrollo y aplicación de su ciencia” (https://cutt.ly/PzqUOgM).
Hoy, como ayer, seguimos pensando y entendiendo la realidad social en función de las necesidades y los intereses de los grupos explotados y colonizados del mundo.
Foto de Paula Mónaco Felipe
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