Publicado en El Diario
29 de noviembre de 2024
Por Hernán Garcés
El médico, antropólogo y sociólogo Didier Fassin, profesor del Collège de France y de Princeton, habla sobre la derrota de Occidente en Gaza “y la abdicación de gran parte de las élites políticas, intelectuales y mediáticas ante el aplastamiento de Gaza”.
Israel está cometiendo un genocidio en Gaza, según dos eminencias mundiales del Holocausto, y “delante de nuestros ojos y en tiempo real”, como analiza Olga Rodríguez. Para Amos Goldberg, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, “lo que ocurre en Gaza es un genocidio, porque Gaza ha dejado de existir”, y acusa a Israel de “haber reaccionado de forma criminal y desproporcionada” a la masacre de Hamás.
Para Omer Bartov, profesor de la Universidad Brown y excomandante del ejército israelí, “Israel es responsable de genocidio, limpieza étnica y de la anexión de Gaza, con Estados Unidos como cómplice total”. La responsabilidad de Estados Unidos, fundamental para explicar la impunidad de Israel, ha sido señalada también por uno de los mayores expertos sobre Palestina, Rashid Khalidi, profesor de la Universidad de Columbia, quien sostiene que “Estados Unidos no solo financia y respalda diplomáticamente las acciones de Israel, sino que también comparte sus objetivos y aprueba sus métodos”.
En el indispensable, y muy valiente, Una extraña derrota, sobre el consentimiento al aplastamiento de Gaza (La Découverte, 2024, sin traducción al español; la inglesa en Verso, enero de 2025), el médico, antropólogo y sociólogo Didier Fassin, uno de los académicos más prestigiosos de Francia —titular de la cátedra Cuestiones Morales y Políticas en las Sociedades Contemporáneas, en el Collège de France, profesor del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París—, analiza la “derrota moral” de gran parte de Occidente ante este genocidio en el cual “más que el abandono de una parte de la humanidad [algo que la realpolitik internacional ha permitido en múltiples ocasiones recientes], lo que la historia recordará es el apoyo prestado a su destrucción”.
¿Puede explicar por qué ha titulado su libro Una extraña derrota, inspirándose en el título del gran historiador Marc Bloch?
En 1940 Marc Bloch escribió La extraña derrota, un análisis riguroso y severo de la debacle del ejército francés frente al ejército alemán, que él había seguido desde dentro muy abatido, pues se había alistado voluntariamente. Al inspirarme en su título quise, con la misma voluntad de restituir los hechos sin concesiones, dar cuenta de la abdicación de gran parte de las élites políticas, intelectuales y mediáticas ante el aplastamiento de Gaza, al cual he asistido, como muchos, con desolación. Él hablaba de un fracaso militar. Por mi parte, intento comprender un fracaso moral. Como Marc Bloch, quise relatar y analizar los acontecimientos en el momento en que ocurrían. Pero mientras la historia comenzaba a ser reescrita o simplemente olvidada, mientras se intentaba borrar los compromisos de las primeras semanas, quise, al igual que él, dejar un archivo, en mi caso de los primeros seis meses del conflicto.
Una diferencia entre nuestros dos proyectos, de la cual me di cuenta más tarde, es que su libro solo apareció al final de la guerra y entonces fue celebrado como se debe, por su lucidez. Si hubiera sido publicado antes probablemente habría sido víctima, por parte de los periódicos entonces vinculados al poder, del mismo ostracismo que yo, ignorado o criticado por los medios mainstream porque no se ajustaba al lenguaje autorizado en las redacciones.
Usted explica que la Historia no olvidará el apoyo [de gran parte de Occidente] a la destrucción de Gaza. ¿Puede desarrollar esta idea?
Las políticas de los Estados son generalmente decididas en función de sus intereses. Es la realpolitik que conduce, por ejemplo, a cerrar los ojos ante las violaciones de los derechos humanos cometidas por un socio comercial o a vender armas a ambas partes de un conflicto. En la guerra llevada a cabo por Israel en Gaza, y más en general en Palestina, hay una diferencia crucial: el consentimiento de la mayoría de los países occidentales a la aniquilación de un pueblo, de su historia, de su cultura, que se suma a décadas de consentimiento a la ocupación de sus tierras y a la opresión de sus habitantes. Ahora bien, la voluntad de esta aniquilación ha sido afirmada desde los primeros días de la guerra por los más altos responsables políticos y militares israelíes, sin dejar ninguna duda sobre sus intenciones, las cuales han sido inmediatamente puestas en práctica mediante bombardeos, la destrucción de infraestructuras y hospitales, y el bloqueo de la ayuda humanitaria para provocar hambruna. Es lo que ha llevado a la Corte Internacional de Justicia a considerar el genocidio como posible.
¿Qué entiende por consentimiento?
El consentimiento pasivo, que consiste en desviar la mirada y callarse, y más aún el activo, mediante el apoyo incondicional, el envío de expertos militares y la venta de armas a Israel se convierten en complicidad en este crimen. A este consentimiento hay que añadir la “policía del pensamiento” que ha dado lugar a la represión de aquellos que criticaban la guerra contra los civiles palestinos e incluso de los que simplemente pedían un alto el fuego. A este respecto, hay que subrayar la excepción que constituye España, cuyo gobierno desde el principio tomó distancia condenando tanto las violencias cometidas por Hamás como las masacres perpetradas por los israelíes.
Usted subraya la singularidad de Gaza respecto a otras tragedias que a veces causan incluso más víctimas.
Para relativizar la gravedad de lo que ocurre en Gaza e incluso para hacer sospechar de antisemitismo a quienes se preocupan por ello, muchos evocan otras masacres que, como la cometida por los israelíes, quizás algún día sean calificadas de genocidios. ‘¿Por qué denuncian ustedes los asesinatos en masa en Palestina pero no en Kivu, en Darfur o en Tigré?’, preguntan. Por supuesto, estas terribles situaciones deben ser condenadas. Pero la diferencia esencial con la situación en Gaza es que la guerra de aniquilación llevada a cabo por Israel es apoyada por casi todos los países occidentales.
Por lo tanto, como ciudadanos de estos países, no estamos en la misma posición y debemos elegir: ¿dejamos hacer, e incluso legitimamos, los asesinatos en masa, como lo hacen una parte de los gobernantes, intelectuales y periodistas occidentales, y, por tanto, aceptamos convertirnos en cómplices, por abstención o estímulo, o intentamos que cesen?
Marc Bloch escribía en La extraña derrota que “por mucho que el pasado no determine todo el presente, sin él, el presente permanece ininteligible”. Como indicó el secretario general de Naciones Unidas, Antònio Guterres, el ataque de Hamás “no viene de la nada” sino que resulta de “56 años de ocupación israelí”. ¿Podría comentar la necesidad de perspectiva histórica?
Hay dos versiones del origen de los acontecimientos de la guerra en Gaza. La primera la hace comenzar el 7 de octubre, lo cual es factualmente exacto. El ataque de Hamás fue el desencadenante. La segunda intenta comprender lo que condujo al 7 de octubre, es decir, las décadas de ocupación ilegal de los territorios palestinos, de opresión, de violencias y de humillaciones por parte de los militares y colonos israelíes. En el primer caso, se borra la historia y se habla de pogromo, es decir, se afirma que las víctimas del 7 de octubre fueron asesinadas en tanto que judías. En el segundo caso, se reintroduce la historia y se habla de resistencia a ataques intolerables a la dignidad, es decir, se reconoce que las víctimas fueron asesinadas en tanto que enemigas.
Ninguna de estas dos interpretaciones puede justificar matar civiles, lo que constituye un crimen de guerra. Pero la supresión de la historia tiene, para los israelíes, una doble gratificación: por un lado, exonera al país de toda responsabilidad hacia los palestinos y de la privación de sus derechos; por otro lado, legitima la feroz represión que, contrariamente a lo que escriben los medios occidentales, no es una guerra Israel-Hamás, sino Israel contra los palestinos.
Como explica el historiador Avi Shlaim: “La respuesta israelí ha violado cada punto del derecho humanitario internacional. Como judío, me siento profundamente avergonzado y enojado por lo que Israel está haciendo, y estoy consternado de que hablen en nombre de los judíos (…) Estoy muy orgulloso del legado judío y de sus cuatro valores fundamentales: el altruismo, la verdad, la justicia y la paz”. Las acciones de Israel no representan el judaísmo, sin embargo, en Occidente, es muy frecuente ver que toda crítica hacia Israel es asimilada al antisemitismo. ¿Podría explicar cómo se ha instaurado esta asociación?
A medida que la política israelí se hacía más conquistadora, ya que el programa del Likud en el poder es, desde su creación, constituir un Gran Israel desde el mar hasta el Jordán borrando Palestina, a medida que las violaciones de los derechos de los palestinos se volvían más flagrantes y que el rechazo a aplicar las resoluciones de las Naciones Unidas se hacía más manifiesto, resultó cada vez más difícil defender a un Gobierno dominado por la extrema derecha, que promueve el supremacismo judío y es irrespetuoso del derecho internacional.
La única manera que encontraron los partidarios más incondicionales del Gobierno israelí en Europa y en América del Norte para legitimar su apoyo fue denunciar toda objeción como antisemita, especialmente destacando el sufrimiento o el malestar causado por esta objeción a los israelíes y a los judíos favorables a la guerra. La crítica de la política israelí ha sido imposible, especialmente en Alemania, pero también en Francia, en Reino Unido y en Estados Unidos, salvo que uno quisiera ser acusado de antisemitismo. Cuestionar la manera en que el sionismo se ha desarrollado como ideología de expoliación de los palestinos es asimilado a la negación de la existencia del Estado de Israel, cuando se trata de hacer respetar el derecho internacional que consagró el nacimiento de dos Estados. La guerra en Gaza ha sido así comunitarizada por los partidarios del Gobierno israelí.
Según Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard, “Occidente ganó el mundo no por la superioridad de sus ideas o valores o religión, sino por su superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales a menudo olvidan este hecho; los no occidentales nunca lo hacen”. ¿Qué legitimidad le queda a Occidente frente al resto del mundo después de este apoyo a Israel?
Esa legitimidad ya era muy débil antes del 7 de octubre. Hoy, ¿qué crédito otorgar a defensores de los derechos humanos que permiten perpetrar masacres que la Corte Internacional de Justicia considera como un posible genocidio, que incluso aportan masivamente su apoyo diplomático y militar al aplastamiento de un pueblo? El doble rasero, que caracteriza desde hace mucho tiempo las políticas occidentales en materia de derechos humanos, es hoy visible para el mundo entero.
Usted cita al historiador Reinhart Koselleck, quien observaba que “a corto plazo, puede que la historia la hagan los vencedores, pero a largo plazo, los logros históricos de conocimiento provienen de los vencidos”. Usted expresa su confianza diciendo que “otra historia probablemente se escribirá algún día”.
La historia que se escribe hoy es la de los vencedores, es decir, Israel y sus aliados occidentales y, para algunos, también árabes. Es una historia de la que se han borrado todos los crímenes perpetrados y las violaciones de derechos cometidos por Israel antes del 7 de octubre. Es una historia que permite justificar la destrucción de los palestinos de Gaza. Pero los historiadores del mañana examinarán los archivos, leerán los discursos de los responsables políticos y militares israelíes, verán los videos grabados por sus soldados, escucharán los relatos de los sobrevivientes palestinos, y es probable que reconozcan la realidad del proyecto genocida y la complicidad de numerosos países occidentales, recordando el coraje y la lucidez del Gobierno español. Y este análisis se hará independientemente de la decisión final de las instancias internacionales de afirmar o no la existencia de un genocidio, porque sabemos que en esta materia las relaciones geoestratégicas obedecen a la ley del más fuerte.
Pero no es seguro que la historia de los vencidos que se escribirá entonces, al revelar los horrores de las masacres y la responsabilidad de sus autores y de sus apoyos, permita a los palestinos y a los israelíes encontrar la vía pacífica de un reconocimiento mutuo. Se puede incluso decir que el Gobierno israelí hace todo lo posible para hacer definitivamente imposible una solución justa y duradera.
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