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La inundación Al-Aksa y las narrativas anticoloniales por la libre determinación

Publicado en Camino al Andar

8 de junio de 2024

Por Héctor Ortiz Elizondo

Es difícil determinar qué elementos hacen relevante una noticia internacional cuando mucho de lo que sucede en el mundo pasa desapercibido para la mayoría. De lo que no cabe duda, es que desde el inicio de la inundación Al Aksa el 7 de octubre de 2023, las noticias sobre Palestina han tomado una visibilidad excepcional en todo el planeta.


La relevancia sólo es superada por la polarización en los términos del debate, que ha confrontado posiciones a favor y en contra de prolongar la guerra de exterminio. Sumarse al debate obliga a hacerlo desde una posición comprometida,[1] por lo que desde ahora renuncio a cualquier aspiración a una falsa neutralidad. Una vez establecidos los términos del debate, queda resolver la pregunta de arranque: ¿qué aspectos del problema deben ser abordados?


Una premisa comprometida ineludible es que no queda lugar para callar, al menos no cuando el pueblo palestino mismo lo está pidiendo: “no dejen de hablar sobre Palestina” así que, como punto de partida, hay que atender ese llamado. Pero hay muchas facetas del problema que analizar, que aprender, que discutir, hay mucho que gritar, entre lo importante, lo urgente y lo necesario. Algunas preguntas que ubico en estos conjuntos son:


§  ¿Cuál es la correlación de fuerzas militar en Palestina?

§  ¿En qué punto se encuentran las negociaciones para el cese al fuego?

§  ¿Cuál es la situación de la coalición de organizaciones militares palestinas?

§  ¿Qué papel han jugado las redes sociales en el actual conflicto?

§  ¿Qué pasa con la liberación de los rehenes de ambos lados?

§  ¿Cuáles son los logros del movimiento internacional de solidaridad y de las acampadas estudiantiles?


Para mi todos estos temas son importantes, urgentes y necesarios. Pero para otros, parece haber una pregunta más simple que las antecede: ¿por qué me debería de importar? Se trata a fin de cuentas de un conflicto que ocurre a más de 12,000 kilómetros de distancia, en una tierra que poco tiene que ver con México, histórica, económica o políticamente; es algo que les sucede a personas que hablan un idioma que no entendemos, que profesan un credo poco representado en México, en un momento cuando tenemos problemas propios que atender. Mi respuesta va en el sentido de que, en el fondo, ni es tan ajeno, ni tampoco es tan lejos por lo que sí está relacionado con nuestra cotidianidad. Respondo entonces los cuatro motivos que me parece hacen el tema relevante para todes nosotres.


Wafa Alshami

Primero: Es un llamado a nuestro sentido de humanidad


Lo es en particular, porque la lucha palestina se ha convertido en un factor de unidad de la humanidad; porque se trata de uno de los ejércitos más poderosos del planeta respaldado por el ejército más poderoso del planeta, usando el armamento más sofisticado posible, que están, de manera coordinada, tratando de exterminar a una población de 2,000,000 de personas encerradas en un territorio ligeramente más grande que Iztapalapa. La desproporción de fuerzas entre los colonialistas y las guerrillas nativas que los confrontan y el uso excesivo de la violencia de Estado, bastan para saber de qué lado de la historia debemos colocarnos.


A esto se añade el motivo detrás del bombardeo intencional de escuelas, hospitales, mezquitas, panaderías, sistemas de agua, motivos que son claros para quien decida hacer uso de la razón pero que, para quienes renunciaron a ella, de igual manera son declarados abiertamente por quienes promueven sus metas desde la estructura de poder de la entidad ocupante: borrar del mapa cualquier posibilidad de que la población nativa, los palestinos, pueda seguir viviendo en la tierra de sus ancestros.


Es también un asunto de humanidad porque las redes sociales nos permiten ver casi en tiempo real los bombardeos indiscriminados, la devastación, los muertos, las madres que entierran a sus hijos, la desolación de los padres, los niños con estrés post traumático, las niñas amputadas y les que mueren de hambre, los bebes sin cabeza.


Han muerto niños en otros conflictos que he cubierto, pero nunca había visto a soldados incitando a niños a caer en una trampa como ratones para luego matarlos por deporte.

Christopher Hedges, periodista[2]


Bansky niño palestino Londres


Las redes sociales han cambiado la ecuación del ejercicio de poder informativo al punto de que, gracias a ellos, hoy sabemos quién es Motaz Azaiza[3] y conocimos de su depresión; escuchamos a Bisan Owda,[4] la hechicera, recordarnos que sigue viva; supimos del proyecto de alimentos de Mansour;[5] sabemos qué sucedió con Reem el alma de mi alma, según le decía su abuelo Khaled Naham;[6] sabemos qué sucedió con Hind Rahab[7] y su familia en su último viaje, y qué sucedió con la familia de Wael Dahdouh[8] mientras él cubría las noticias; también escuchamos el último poema de Refaat Alareer,[9] narrado primero por él y luego en distintos idiomas por voces de todo el mundo cuando la suya fue callada por las bombas. Todos ellos personajes de Gaza, periodistas, niñas, hombres, narradores como otros que ya murieron, que conocimos por el celular, por las redes sociales como Tik Tok e Instagram, que los repitieron hasta el infinito por el efecto reflejante de los espejos enfrentados.


La información sobre el genocidio cometido por el gobierno estadounidense contra el pueblo iraquí se transmitió con las cámaras enfocando a la distancia, desde donde se ven las explosiones, pero no los efectos que causan en la gente. Lo que ‘sucedía’ nos lo explicaron los títeres de la propaganda estadounidense y no lo escuchamos en primera persona, como ahora se transmite la barbarie que comete la entidad sionista contra el pueblo palestino. Como resultado, los hinchas de los agresores mantuvieron sus sonrisas mediatizadas y repitieron sus indicaciones con un tono de voz más alto que la de los pocos opositores que podían ver más allá del discurso hegemónico, la injusticia de la desproporcionada e injustificada agresión estadounidense contra la población civil iraquí, sin necesidad de ver el detalle de las masacres.


Segundo: es un asunto que afecta al orden económico y político internacional


Esto es así porque no podemos hablar de globalización sólo como algo que afecta el flujo de capitales, algo que no nos compete porque nosotros no somos dueños de una empresa transnacional, ni tenemos acciones, ni nos afecta la tasa cambiaria o las inversiones en la bolsa de valores.


El proceso de globalización nos incluye como miembros de un mismo orden internacional, de una misma modernidad, de un modelo económico dominante y de un mismo sistema de opresión. Hay sin duda formas de resistencia ante la hegemonía global, pero suponer que no es necesaria la resistencia armada es igual que suponer que las formas del colonialismo moderno no requieren del uso del terrorismo de Estado.


El hecho es que sí somos afectados por las decisiones tomadas por las empresas, porque las grandes empresas están divididas en cientos de empresas menores y muchas de esas forman parte de nuestra cotidianidad, con lo que consumimos y producimos, con nuestro acceso al agua, y porque un eslabón en esa cadena de empresas está también involucrado en el negocio de la guerra, en el desarrollo y producción de armamentos que no tienen otro fin que el exterminio, un negocio del que no están a salvo ni siquiera quienes se esfuerzan por complacer al amo.


Además, porque la política internacional está organizada para mantener al tercer mundo subordinado a ocupar el lugar de exportador de materias primas, sobre todo minerales, pero también agrícolas y forestales; para que siga mandando mano de obra a llenar los trabajos del primer mundo menos calificados. Vivimos un orden internacional respaldado por formas ocultas de colonialismo de las que no podemos librarnos sin hacerle frente a quienes configuraron y sacan provecho del orden imperante.




Tercero: Es un conflicto que pone contra la pared al sistema internacional de los derechos humanos


Sí, porque por pobre que parezca, existe también el derecho internacional, en particular el que pretende incluirnos a todes porque somos humanos y no sólo ciudadanos de un Estado más o menos soberano o rehenes de un proyecto colonial como Israel.


Las Naciones Unidas han colapsado. Había un orden mundial, había leyes internacionales, reglas de guerra, la convención de Ginebra, derechos humanos, derechos de los niños, todo se está desintegrando bajo el talón de hierro de la ocupación israelí en Gaza.

Dr. Mads Gilbert[10]


Podemos quejarnos de la inutilidad de la Organización de las Naciones Unidas, pero no sin reconocer que sus limitantes dependen precisamente del mismo orden internacional colonialista que mantiene control de ese organismo para hacerlo partícipe de sus mandatos.

No podemos negar la validez del sistema internacional de derechos humanos sin reconocer que somos nosotros quienes lo hemos dejado en las manos de los países colonizados, que no hemos tomado un papel activo en hacer valer esos derechos, en hacer que funcione ese sistema, en reclamar que se apliquen los tratados y acuerdos para los pueblos que existen sojuzgados por los colonialistas.


Eso es lo que ahora hacen los estudiantes de Estados Unidos y de muchas otras partes del mundo, que ponen el cuerpo para exigir que el sistema internacional de derechos funcione en contra de la limpieza étnica y a favor que quienes están siendo exterminados. Esos jóvenes han decidido hacer uso de su capacidad de raciocinio no para formarse como opresores sino para dejar asentado que pueden ver más allá del contorsionismo cognitivo que les quieren vender sus gobiernos. Esos jóvenes ahora son reprimidos en sus propios países porque los dueños del poder no quieren que el sistema cambie, no quieren estudiantes críticos, no quieren que se organicen para reclamar el derecho a la vida de todos los pueblos.


Es el primer conflicto que hace tambalear el orden político internacional


Es cierto que hay otros genocidios que ocurren simultáneos al genocidio del pueblo Palestino como el de la República Democrática del Congo, pero es esta causa la que, por primera vez en la historia del imperialismo estadounidense, nacido de los acuerdos de Breton Woods en 1944 con los que sometieron a Gran Bretaña al dominio del dólar, que el mundo entero se une a favor de cambiar el sistema, que los pueblos del tercer mundo piden que su voz cuente igual que las del primer mundo. Esta llamada al cambio puede rendir frutos para todas las causas que ahora se unen bajo la bandera Palestina porque son llamadas a un orden basado en reglas y no en el poderío bélico de los Estados Unidos y sus aliados.


Heba Zagout Jerusalem de noche


Esta es la primera vez en la historia del colonialismo que lo que sucede en las colonias reverbera tanto hasta las metrópolis, Ghassan Abu-Sittah,[11] rector de la universidad de Glasgow


Tampoco es la primera vez en que los estudiantes encabezan la rebelión contra la irracionalidad del poder: lo hicieron contra el exterminio de los vietnamitas, contra la opresión de la población negra por los Afrikáners en Sudáfrica, contra el genocidio en Darfur, pero nunca antes habían convocado a tantos estudiantes ni en tantos estados de la unión americana, ni en tantos países del orbe.


— § —


Eso creo debería de bastar para entender que sí nos compete, que no es tan lejano ni tan ajeno, que sí somos afectados y que sí debemos ejercer nuestro sentido de humanidad para solidarizarnos con la causa del pueblo palestino porque es también nuestra causa.


Pero creo que hay otro factor muy importante que atraviesa a todos los temas que interesan y son relevantes sobre el pueblo Palestino y que permite abordar otros muchos ejemplos. Me refiero a que todos estos temas se han convertido en campos de batalla por la interpretación de la narrativa.


Cada uno de estos temas y los demás que surgen al hablar del predicamento palestino se encuentran en disputa entre quienes piden alto al fuego y quienes desean ver que el favorito en las encuestas demuestre su superioridad ante el iluso contendiente. No son ligeras diferencias sobre cifras, ni discrepancias de perspectiva sino verdaderos abismos de sentido que no parece posible brincar sin reconocer que alguien miente o que al menos no entiende lo que dice, entre quienes manejan la información disponible, o bien a sabiendas quieren imponer su narrativa, sin importar su base empírica o de valores.


En el caso palestino los contendientes son extremadamente familiares: hay una narrativa impuesta por el aparato de propaganda de los gobiernos de los Estados que tienen pasados y presentes colonialistas y del otro lado se encuentra la ciudadanía, diversa en su conformación identitaria, nacional, étnica, que busca convencer a otros ciudadanos del mundo de que desde arriba nos están colmando el plato de mentiras, de que no nos unió la condición de proletarios, sino la de engañados y oprimidos.


La confrontación de narrativas se ilustra bien con la frase “nunca más”, que muchos asociamos con el holocausto y con un llamado a que eso que sucedió en ese momento histórico contra un pueblo no vuelva a repetirse contra ningún pueblo. Sin embargo, la frase fue apropiada por el líder sionista Meir Kahane, estadounidense de nacimiento y acusado tres veces en Estados Unidos por terrorismo, en su libro de 1972 ¡Nunca más! Un programa para la sobrevivencia, en el que toma un sentido diametralmente distinto: nunca más permitiremos que nos hagan esto a los judíos, sin importar los medios necesarios para lograrlo.


Nabeel Anani mother Palestine


Frente a las discrepancias de sentido, los de abajo defienden una posición cada vez más unificada alrededor de la causa del pueblo palestino. Olvidado, silenciado, el pueblo palestino ha sobrevivido al más brutal régimen de apartheid diseñado por la crueldad sionista, a la negación de su existencia, al desplazamiento forzado y a la condición permanente de refugiados en su propia tierra.


Con el tiempo la narrativa desde abajo ha reconocido también la unidad de las luchas de otros pueblos, cada vez más convencidos de que nadie es libre hasta que todos seamos libres, de que el apartheid no es un asunto del pasado ni estuvo circunscrito al régimen colonial sudafricano.


En su simpleza original, el llamado al alto al fuego —otra frase cuyo sentido está en disputa— se ha ido desdoblando en elementos más complejos, y resurgen términos de otros tiempos y otras luchas: se habla ahora de imperios y dominios trasnacionales; de propaganda y mentiras reiteradas; se recuerdan los distintos pueblos que fueron sojuzgados en el pasado para que su lugar fuera ocupado por otros proyectos imperialistas; se habla de resistencia y de liberación, subrayado con lemas que fortalecen y hermanan en un solo objetivo a quienes no se conocían días atrás.


Quizá sea necesario recordar que todos los Estados construyen una narrativa sobre su propia existencia que resalta los momentos fundacionales y deja en segundo plano o simplemente oculta los momentos de fracaso o derrota. No son estrictamente historias falsas, sino entramados de eventos y personajes tejidos y presentados resaltando su mejor aspecto sin mencionar sus facetas negativas. Entonces, tampoco son estrictamente historias verdaderas, porque como científicos sociales sabemos que narrar una historia completa implica considerar todos los aspectos del problema, evento o personaje que pretendemos representar, más que por un afán de neutralidad, por no dejar de señalar las contradicciones que involucra toda narrativa.


De esta forma, las narrativas sobre la nación conforman la cosmovisión sobre el ‘nosotros’ que constituye al pueblo como una entidad predestinada o al menos preexistente y no sólo como un accidente histórico. La nación se muestra como exitosa por su resultado, aunque sea producto de incidentes y confrontaciones geopolíticas azarosas, aunque esté fincado en los cadáveres de poblaciones nativas. La nación es armonizada por su narrativa, constituida por las gestas heroicas que la hacen ser y por los silencios necesarios sobre el uso de la violencia para defender el ‘nosotros’.


El caso de Israel es especial, pues ha construido su proyecto de Estado alrededor del trauma colectivo del holocausto, de la derrota, y de cómo el Estado sionista representa la única seguridad de que el holocausto no se repetirá. Nunca más entonces, sólo puede garantizarse con la presencia del ejército, con la construcción de un proyecto excluyente de la diversidad étnica, con reconocer que fuera de Israel, todos son enemigos, porque todos son antisionistas.


La nación se vuelve así real y verdadera por lo que se narra de los logros de sus integrantes más visionarios y determinados, que pudieron imaginar y llevar a cabo el proyecto de nación. Que supieron luchar por alcanzar una meta que ahora disfrutan los reconocidos por el Estado como integrantes. Pero se hace más real por mantener ocultos los actos despreciables que le dieron forma.


Este pasado glorioso anuncia el futuro en el que nos encontramos, amalgamados por el destino que marcó la ruta. El pasado se monumentaliza para poder verlo constantemente como mojoneras de la historia que nos recuerda las dificultades y los sacrificios que significó llegar hasta aquí. El pasado se engalana con música, danza y otras artes que acompañan y refuerzan la imagen de unidad que requiere forjar la nación.


Los monumentos israelíes están fincados en el dolor del holocausto, en su permanente condición de víctima, por lo que cualquier crítica a sus políticas públicas se entienden como intentos de exterminio. La narrativa israelí está sólidamente fincada en su dominio de los medios y de las estructuras de poder estadounidenses; en la promesa inglesa de otorgarles una tierra que no les pertenecía; en la culpa del gobierno alemán y en los esqueletos que Francia oculta en los armarios de su historia.


— § —


¿Qué se requiere para cambiar la narrativa? Primero, implica reconocer que el ámbito de la experiencia se circunscribe al entorno inmediato y que la historia no es un saber empírico sino el resultado de decisiones sobre qué enaltecer y qué ocultar. Los datos obtenidos a través de los sentidos permiten conocer un espectro limitado del mundo, datos que son insuficientes para entender las condiciones en que funciona la aldea global.


Nuestra visión del mundo se basa primordialmente en lo que hemos leído o escuchado decir a otros sobre el mundo, que en su mayoría son datos no comprobados por nosotros. Damos por sentado que eso que se dice sobre el mundo es verdad o parte de un saber compartido, que deriva de una acumulación de datos comprobados que van dando forma y sustancia a la narrativa sobre lo que sabemos acerca del mundo.


Podemos reconocer su condición de conocimiento, pero no en el sentido duro de conocimiento científico, sino en el sentido blando de cosmovisión. Es decir, es una narrativa compartida por un sector social que identifica a sus miembros y se distingue de los no miembros, en parte como resultado de dar a esa narrativa el valor de verdad. Se trata entonces de una visión sobre el mundo que se hace verdadera dentro de los parámetros de una cosmovisión específica, que se asume como universal pero que se sostiene por negar las narrativas contrarias o alternativas a la narrativa que hemos asumido como propia, y no por su condición de conocimiento comprobado.


El proceso de globalización no sólo implica la interdependencia de intereses económicos entre grandes corporaciones y Estados, sino la formación de una red de comunicación que permite el flujo de datos de cualquier rincón del planeta desde y hacia los centros de producción y control de la información. Esto no da por resultado que tengamos toda la información posible ni que sea la de mejor calidad, a pesar de que, en efecto, las redes sociales permiten acceso a datos muy variados. Significa que el flujo de datos es posible, pero la confluencia de estos datos para construir conocimiento se hace real en función de intereses y objetivos que no son simplemente cognitivos. Al contrario, los intereses que definen la narrativa dominante en los flujos de información son sobre todo intereses económicos y ulteriormente intereses de poder.


Raed Al-Qatani


Permaneces callado frente a esta realidad es dejarse llevar por la indiferencia, permitir que se entumezcan nuestros valores morales, sucumbir a nuestra condición de whipping boy. Sumarse a la resistencia implica luchar por dominar la narrativa, pero no basados en la premisa de imponer la verdad como hecho ontológico, ajena a lo humano, sino buscando hacer extensiva nuestra forma de ver el mundo, en la que sí hay algo que es verdadero, pero no porque su contrario sea falso sino porque así queremos que sea el mundo, en esto creemos y nos conviene a todos que sea verdadero.


Luchamos por un mundo que pueda consensuar una versión unificada de lo correcto y lo justo, y que esté dispuesta a actuar en consecuencia. La lucha es por rescatar la cosmovisión que hemos venido construyendo durante tantos años, en la que la noción misma de humanidad ocupa un lugar central que nos une frente a los factores usados para separarnos.

Lo que nos permite avanzar en la utopía de un mundo menos desigual es la conciencia de que las narrativas pueden ser reformadas, tal como ocurrió cuando los palestinos redefinieron el lema del partido Likud que en sus estatutos de 1977 definieron “del rio hasta el mar” para hablar sobre el territorio que habrían de conquistar. Ahora es la consigna de liberación del territorio palestino: desde el río hasta el mar, Palestina será libre.

Barbara Galinska


[1] Hernández, Rosalva Aida, 2015, “Hacia una antropología socialmente comprometida” en Leyva, Xóchitl et al., Prácticas otras de conocimiento(s). Entre crisis, entre guerras, Cooperativa editorial Retos, San Cristóbal de las Casas.

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