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Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después. Postfacio. Cuarta Parte: Entre la paga y la imaginación

Publicado en Enlace Zapatista

14 de octubre de 2024

Por ͶÀTIꟼAƆ ⅃Ǝ

Sobre el tema: La Tormenta y el Día Después.

Postfacio.

Cuarta Parte:  Entre la paga y la imaginación.


d). – Usted es parte de un grupo de teatro.  Bueno, era.  Nada queda ya de las brillantes improvisaciones, los tediosos ensayos, las correcciones en postura, dicción y entonación, las broncas por el vestuario, los conflictos “intra- actorales” (“oyes Luis, este parlamento no me gusta, en mi papel de estatua debería ser más elocuente”), las fastuosas escenografías, las peleas por el presupuesto, los locales que hay que adaptar, los anuncios, los boletos.  Tampoco están las expectativas de un papel en esa película, telenovela, serie, espectáculo.


  Por otro lado, otro usted ya intuía el desenlace de la tormenta.  Cuando estuvo en distintos rincones del mundo, tratando de arrancar sonrisas infantiles donde sólo había muecas de dolor y miradas vaciadas por la angustia.  El árbol mutilado de la niñez palestina, la cínica indiferencia de una “civilización” ahíta del culto a la banalidad, las humildes champas de los originarios en el alargado olvido llamado Latinoamérica.  Fue chofer también, con la colega chofera –“es lo mismo”, diría la niña zapatista que no se ocupa de géneros biológicos sino de la esencia de cada ser-, aquella vez cuando una pequeña montaña navegó a contrapelo de la historia, como si se tratara de eso, de llevar la contraria.  Sus pasajeros reiterando la advertencia, avisando de la inminente fecha de caducidad de un sistema enloquecido.  La culminación de la tragedia, el mundo como lo conoció desmoronándose en un quejido sordo porque no hubo red social que lo advirtiera.  Casi puede decir que lo esperaba.


  Ahora eso quedó atrás.  Ya llevan varios días en esa comunidad y usted, que es medianamente inteligente, ha comprendido que esa gente reunida no quiere repetir la historia de “El pequeño Malcom en su lucha contra los Eunucos”.


  Ahora está por llegar su turno.  Quienes formaban parte del grupo se han sentado juntos, como se juntan los seres humanos en una desgracia.  ¿Por qué no logra quitarse de la cabeza los diálogos de “La Honesta Persona de Sechuán”?  Tal vez porque todo esto semeja lo mismo: el reto de ser mejor persona y ser buena, vivir mejor sin dejar la honestidad como valor humano.  Ya sólo faltan dos personas para que les toque presentarse.  Usted hace un cálculo rápido: están quienes pueden hacer los personajes: está Shen Te – Shui Ta, y usted confía en que recuerde los diálogos; están los dioses, están Wang, Sun y Shui Fa.  Pero ¿y la escenografía?  ¿Cómo? ¿Con qué? ¿Dónde?  Ya les toca.  Entonces su grupo y usted se dan cuenta de que enfrentan el reto mayor en su profesión: con sus actuaciones deben conseguir que el público se imagine la escenografía.  “Ésta es la historia de una mujer que también era hombre que también era mujer y así”, inicia usted parándose en medio de la cancha de baloncesto.


  Al final nadie aplaudió.  No hubo entrevistas, flashes, solicitudes de autógrafos, reseñas críticas de la prensa especializada.  Tampoco aplausos y risas a la solidaridad de una historia representada.  Porque ahora intuye que esa solidaridad se le otorga a usted, como un murmullo entre la concurrencia en una lengua incompresible.  Y ahora entiende: las víctimas sólo dejan de serlo cuando sobreviven a fuerza de resistencia y rebeldía.  Sólo entonces pueden recomenzar.


  ¿Lo hicieron bien o mal?  No lo saben, pero siguieron los turnos de presentación.  Al otro día, en el comedor comunitario llamado “En Común Come Comida Común”, usted escucha que una mujer le comenta a otra: “El problema es que los teatreros le dieron paga a la chamaca.  Viera que no, pues ya es otra cosa” “O caso, depende”, responde su compañera.  “La Paga”, se queda usted pensando… “Claro”, se dice, “Bertoldo se estaba asomando a lo que sería la Segunda Guerra Mundial y sus horrores, y señalaba así el dilema provocado por el dinero, la paga pues, como dicen en este lugar”.  Va a sentarse con su grupo, que come en silencio porque tampoco sabe si les fue bien o mal, y se sienta.  Coloca su plato, mira a los demás y suelta: “el problema es la paga”.  Todos le quedan viendo.  “Hay que imaginar otro mundo”, sigue.  Terminando de comer, mientras hace la fila para lavar el plato, murmura: “Hay que imaginar el día después”.


  Al otro día, en el pase de lista de la asamblea, escuchan “teatreros” y, simultáneamente, como después de cientos de ensayos, responden “presentes”.  Se sientan mirándose entre sí satisfechos.  Su mirada cambia cuando escuchan: “les toca acarrear la tabla para el auditorio”.


  Mientras cargan las tablas, todos piensan: “auditorio… escenario… escenografía… ¡teatro!”.  Aunque ahora entienden que no necesitan un recinto.  Para el arte siempre basta y sobra con un corazón colectivo.  No lo dicen en voz alta, pero se dicen “el problema ya no es la paga, ya no tenemos que esperar a Godot”.


-*-


e). – Usted solía ser escritora, escritor o escritoroa.  Ya saben: poesía, cuentos, alguna novela.  No era fácil.  ¿Las becas? ¡Bah!, ésas siempre eran para quien sabía relacionarse… y adular con constancia y certeza.  “El problema es la paga”, escuchó decir a los teatreros en el comedor que se llama “Atásquense que hay lodo”.  ¿O es “Ahora o Nunca”?  Usted recuerda aquella conferencia que impartió en una universidad.  “Quien escribe cuenta historias.  No más, pero tampoco menos”, así iniciaba.  Todo eso quedó atrás.  Paradójicamente, el día antes usted escuchaba a Bob Dylan profetizando: “How does it feel / how does it feel? / To be on your own, / with no direction home / A complete unknown, / like a rolling stone”.


  Ahora, con la punta del pie, hace rodar una piedrita.  No más los ratos a solas, la penumbra, su biblioteca, la mesa o escritorio de trabajo, el ordenador, los fantasmas, las decenas de borradores, el disco duro lleno de palabras truncas, la búsqueda de una editorial: “Uy, no joven.  La literatura ya pasó de moda.  Lo de ahora son las historias interactivas, los relatos en un mínimo de caracteres.  Lo ligero pues, que no requiera pensar mucho.  Pero venga otro día.  Usted sabe, el mundo es redondo y da vueltas”.


  Pero el mundo ya no existe, al menos no SU mundo.  Llega su turno.  Usted aspira y se pone de pie.  Inicia: “yo les voy a contar una historia”.  Y sin darse apenas cuenta, va hilvanando una historia de historias que, al tiempo que mira el rostro de los presentes, va arrancando de su imaginación. Decenas de historias bordadas en una sola.  Justo como en el bordado ése de “La Hidra”, que vio en un museo en los madrides, en la España “de espíritu burlón y alma quieta”, la “España de la rabia y de la idea”, cuando, después, acompañó a la banda de Open Arms que, en una tasca de Andalucía (entre tapas, palmas y taconeos flamencos, con el cante jondo y Federico, interpelaron a la tierra con un “¡Despierta!”), decidió usar la paga para una lancha en el rescate de migrantes náufragos.


  Tal vez imaginaban entonces que llegaría el día en que todos serían náufragos, tratando de emigrar de un mundo roto, poblado de escombros y pesadillas, buscando quien abriera los brazos para acogerles y así intentar recomenzar…


  El silencio gobierna y manda, y es sólo su voz lo que se escucha.  Hasta los grillos, siempre maloras, se han quedado callados.


  Al otro día, en el comedor “Corre porque te Alcanzo”, escucha que un anciano declara: “A mí sí me gustó la historia ésa porque ahí soy más joven”.  Una mujer de edad: “Y a mí, porque ahí soy bonita”, y agrega con coquetería “Bueno, más bonita”.  En otra mesa, dos jóvenes: “Lo que no entiendo es qué tenía que ver el chucho ése en la historia”; el otro “Acaso es chucho, claro lo miré que es gato”; “Cómo crees, si hasta ladró”; “No es que ladró, yo lo escuché clarito que hizo como gato”.  Más tarde, en la asamblea dicen “Contador”, todos lo voltean a mirar y usted entiende, se pone de pie y declara “Presente”.


  Para sus adentros, usted piensa “Bien lo decía mi abuela: mija, tú eres buena para la aritmética, de grande vas a ser contadora”.  Su sonrisa desaparece cuando escucha “te toca apoyar a la Doña Juanita en la cocina”.


  Se dirige a la cocina, cuando lo topa una niña (unos 5-6 años) que, sin más, le suelta: “oí Contador, cuéntame un cuento de que ya sé andar en la bicicleta.  Porque ya me cae mal que siempre me caigo”.  La niña le muestra la rodilla para que usted aprecie un raspón todavía con sangre y polvo.  Usted pregunta amable: “¿Te duele mucho?”.  Ella se pone en jarras y sentencia: “ni tanto, no creas, duelen más las burlas de los pinches hombres que nomás se presumen pero bien que se caen, los miré el otro día.  El Pedrito bien que se cayó, pero llegó en el lodo su cabeza, así que sólo se lavó el muy maldito y me burla.  Pero es que yo me caí en la grava.  Porque andar en bicicleta en la grava, no cualquiera”.


  En eso pasa un compa y le dice: “Oyes Contadora, si llega el capitán y te dice que prepares una comida que se llama “Marco´s Especial”, no lo hagas caso.  El mundo entero te lo va a agradecer”.


  Usted es medianamente inteligente, así que entiende dos cosas: que el platillo del capitán no es bienvenido en ninguna mesa, y que el mundo es ahora esa pequeña comunidad en busca de un destino propio.  Un grupo de personas sobrevivientes a la tormenta que, como individuos y como colectivo, buscan seguir adelante, recomenzar pues, sin repetir los mismos errores… en el día después.


Continuará…


Desde la víspera.


El Capitán.

Octubre del 2024.


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